Para finalizar esta semana de trabajo, te dejamos un detalle con ideas claves de los contenidos abordados:
“La mirada cristiana sobre el ser humano permite percibir su valor que trasciende todo el universo” (Aparecida, 338). El ser humano, al ser creado a imagen y semejanza de Dios, junto con tener a su disposición todo lo creado (Génesis 1, 26), jamás puede ser reducido a un objeto, ni instrumentalizado o reducido a categorías utilitaristas. Es ante todo un fin que exige valoración, reconocimiento, respeto y protección.
La dignidad del ser humano reclama una especial preocupación de parte de los gobiernos y quienes ejercen posiciones de decisión y dirección en la sociedad, los cuales deberán siempre colocar a la persona como centro de su actividad política, guiados por un principio pro homine.
Si consideramos que la mujer, quien a lo largo de la historia ha sido reiteradamente reducida a un rol secundario, es correcto afirmar que ella ha sido empobrecida, requiriendo una nueva valoración y rol. Obviar dicha exigencia supone desatender el mensaje evangélico de amarse a los unos y a los otros, así como la especial atención que merecen las personas necesitadas de nuestra sociedad.
Tanto el hombre como la mujer, al ser creados a imagen y semejanza de Dios, ocupan un mismo grado. Es más, dicho pasaje bíblico proporciona bases suficientes para reconocer la igualdad esencial entre el hombre y la mujer desde el punto de vista de su humanidad” (Mulieris dignitatem, 6).
La igualdad de género, reconocida y valorada por la Iglesia, no supone una plena identidad entre hombres y mujeres. “La mujer – en nombre de la liberación del “dominio” del hombre – no puede tender a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia “originalidad” femenina. […] Los recursos personales de la femineidad no son ciertamente menores que los recursos de la masculinidad: son sólo diferentes” (Mulieris dignitatem, 10).