““Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino” (carta encíclica Deus caritas est, del papa Benedicto XVI, 2005, N° 1).
El evangelio cristiano, enseñado por Jesús de Nazaret, es un mensaje esencialmente centrado en el amor y misericordia de Dios. Dios es amor, de forma que siempre ha de querer lo mejor para nosotros, sus hijos adoptivos muy amados. Es un Dios que perdona, consuela, confiere paz y tranquilidad, y “este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús”. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión” (Misericordiae Vultus, n° 8).
Asimismo, Jesús nos ha dejado un mandamiento nuevo: “ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34), el que se transformará en la base de toda la ética cristiana. En efecto, la ética cristiana aprecia como valioso, orientando sus imperativos en orden a dicho mandato.
Jesús nos ha amado por igual, sin importar nuestra raza, sexo o condición.