El Evangelio nos enseña que Jesús no se reunía con ricos y poderosos, sino con aquellos pobres y marginados (enfermos, leprosos, samaritanos, mujeres, prostitutas, pecadores etc.). En su mensaje existe una clara preferencia por los débiles y pobres.
Si bien la referencia realizada a la pobreza se comprende como pobreza material, no debe ser entendida de esta única manera. En efecto, aunque la pobreza material es la más palpable, existen otras pobrezas (carencias) que afectan la vida humana, incluso de aquellas personas que gozan de un mayor número de bienes y recursos económicos. Por ejemplo, los marginados sociales o no valorados son pobres, así como también aquellos que viven sin amor.
En la carta encíclica Sollicitudo rei sociales del papa Juan Pablo II, de 1978, se nos enseña que la vida cristiana debe tener un amor u opción preferencial por los pobres, la que no es sino “una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo”” (42).
Si consideramos que la mujer, quien a lo largo de la historia ha sido reiteradamente reducida a un rol secundario, es correcto afirmar que ella ha sido empobrecida, requiriendo una nueva valoración y rol. Obviar dicha exigencia supone desatender el mensaje evangélico de amarse a los unos y a los otros, así como la especial atención que merecen las personas necesitadas de nuestra sociedad.