“Lo humano es una síntesis entre “naturaleza” e “historia” (Vidal, 1977).
"La persona humana únicamente puede ser comprendida correctamente a través de la dialéctica de estas dos polaridades. Ser persona supone pertenecer tanto al reino de la naturaleza (necesidad) como al reino de la historia (libertad). Un estudio crítico de los problemas éticos [sic] relacionados con la persona ha de realizarse teniendo en cuenta esa tensión inherente a la estructura de los humanos” (Vidal, 1977).
El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, por su propia naturaleza posee ciertos atributos a partir de los cuales es posible concluir exigencias éticas. En este estadio, el concepto de dignidad humana constituye un núcleo ético irreductible, conforme al que pueden concluirse, de la propia existencia de la persona, un conjunto de pautas y criterios exigibles respecto a todos.
No obstante, el ser humano, realidad esencialmente social, se encuentran inserto en una sociedad. Lo que hace “humana” a la vida es el transcurrir en compañía de humanos, importándole a la ética el cómo transcurre la vida entre humanos (Salvater, 1991). En efecto, la vida comunitaria exige ciertas pautas conductuales que permitan asegurar un comportamiento que permita una convivencia social (relacionar con la ética de los mínimos).
Ahora bien, las dificultades que este planteamiento generará será delimitar cuando nos encontramos ante exigencias éticas de origen natural, respecto de aquella de origen cultural. “Los escenarios cambiantes exigen contar con un conjunto de principios éticos que orienten las conductas en la permanencia y en el cambio, y que permitan a cada sujeto, con base a ellos, la construcción de criterios propios” (Rodríguez, Díaz, 2005).